martes, 1 de mayo de 2012

Y sin embargo...


Y sin embargo
En ningún momento se me pasó por la mente la idea de que ése día iba a ser el último de mi vida. Nada hacía presagiar hecho tan luctuoso, aunque, sin embargo, había algo, una sensación extraña que, desde primera hora de la mañana, me producía una desazón bastante persistente.
A las siete, el móvil con su suave música, me puso en el mundo. Breve visita al baño y desayuno escuchando las noticias, sentado a la mesa de la cocina. Es lunes y lo primero que dicen es que el sábado murió  Whitney Houston. En fin, pienso, se veía venir, pero es una pena, tenía media vida por delante.
Afeitado concienzudo y ducha. Me visto y vuelvo a la cocina. Abro la nevera y no, no me acordé anoche de hacerme algo para comer. Cojo cuatro rebanadas de pan de molde, dos lonchas de jamón y dos de queso y las envuelvo en papel de aluminio. Una manzana del frutero completará mi comida de hoy.
Salgo de casa a menos diez, hacia la estación. Hace mucho frío, tal como he oído en la radio, cuatro grados y mucha humedad, para variar. Entro a la estación, saco el billete en la máquina y miro la pantalla: dos minutos, me da tiempo. Paso el torno, bajo las escaleras y cruzo las vías. Me coloco los auriculares y programo “Ambient One” de The American Dollar, ideal para leer. Enciendo mi libro. Murakami espera paciente. En el andén, la misma gente de todos los días, más o menos: el del pelo blanco con gafas y la misma chaqueta espantosa de siempre, la bajita masculina fumadora de las botas de militar, la alta morena delgada de la frente ancha, por cierto, hace tiempo que no veo a la rubia de buen ver con cara de problema, la habrán despedido, supongo. El tren llega en treinta segundos y, como siempre, subo al primer vagón. Sería estúpido si subiera siquiera al segundo, lógica aplastante. Va lleno, pero con espacio suficiente como para desplegar el libro y leer de pie, agarrado a la barra del techo. Dos paradas y llegamos.
Estación del Norte, bullicio y bostezos. Cuando llego a la puerta de salida, siempre miro hacia atrás, a los que todavía están caminando por el andén, los que iban en los últimos vagones. Encaro Matemático Marzal hacia San Vicente, gente desayunando en los bares chinos. Al pasar por la puerta de la asesoría siempre miro hacia adentro y ahí está, el señor mayor que ya debería estar jubilado, leyendo Las Provincias. Semáforo verde en San Vicente, hoy es mi día de suerte. Al pasar por delante de la cafetería New York miro a la señora de cincuenta y tantos que hace sudokus y tiene cara de encargada. Si tomara el metro en Plaza España leería más, pero me gusta caminar. Doblo por Ramón y Cajal y sigo recto, pasando por el establecimiento que tiene en la fachada de cristal una foto de una chica rubia con un collarín y un fajo de billetes de quinientos en la mano.
El Historiador Diago convierte a Ramón y Cajal en Fernando el Católico, en la esquina de la jefatura superior de policía. Paso por delante de la parada del autobús amarillo, siempre llena de mujeres, sólo mujeres. Me cruzo con la chica estilosa de mirada altiva y, un poco más adelante, con la mujer que siempre iba con el hombre de las orejas enormes; ¿qué le habrá pasado?
Cruzo Quart en verde, aunque esto no es novedad. Echo de menos al maniquí gordo y calvo de la tienda de moda de al lado de la guardería; le daba un toque original. Las gemelas rubias pasan frente a mí conversando, siempre sonrientes, de camino al colegio.
Llego al paso de peatones del cruce con el Paseo de la Pechina y está en verde. Por Fernando el Católico viene un coche blanco, un astra, que gira hacia Pechina. Va muy deprisa y va, mirando a otro lado. No me ve hasta que lo tengo encima. Yo tampoco lo he visto hasta ese momento. Yo estoy en mitad del paso de peatones. Él también.
Un paso atrás, una finta, no sé qué es lo que he hecho, pero me pasa rozando. En ese instante, nos miramos. Su cara, una mezcla entre susto, alivio y disculpa. La mía, algo como susto, alivio y rabia.
Miro a mi izquierda, sigo cruzando.
Pobre  Whitney, pienso.

lunes, 16 de enero de 2012

Corazón, corazón.

Me despertó a las cinco de la mañana un fuerte dolor en el pecho. Me levanté de la cama, fui al baño, y me tomé un analgésico. No se fue. Siguió más fuerte.
A las doce estaba en el hospital, rodeado de médicos que no paraban de preguntarme cosas mientras me auscultaban. De ahí pasé a una cama. Me llenaron de electrodos y comenzaron a meterme medicación por la vena. A través de unos tubitos que entraban en mi nariz, me administraron oxígeno.
Pasé a una sala de observación, a compartir espacio con unos cuantos viejos decrépitos jadeantes. Algunos suplicaban atención a las impasibles enfermeras, mientras que otros maldecían a todo el que se les acercaba.
El dolor oprimía mi pecho y me impedía respirar con normalidad, pero no perdí la calma. Pensé: "estoy en el mejor sitio posible, aquí saben lo que hay que hacer y no dejarán que me ocurra nada malo".
No obstante, algunas ideas pasaron por mi mente, irremediablemente. Me preocupaba especialmente no poder ver crecer a mi hijo, y privarlo a él de la figura paterna a una edad tan temprana. Aparte de esto y de envejecer al lado de mi esposa, realmente no se me ocurría asunto alguno que pudiera dejar pendiente.
Sí, escribir una novela, pero eso cada día que pasa se me antoja más imposible, ni que pasaran doscientos años.
Más me preocupaba cómo iban a pagar las deudas los que quedasen, pero supongo que se las apañarían.
El doctor Robertson, un ejemplo de amabilidad y respeto, aparecía de vez en cuando para darme novedades en cuanto al estado de las pesquisas sobre mi diagnóstico y, aunque no era muy tranquilizador constatar que seguían dando palos de ciego, su aplomo me infundía cierta confianza.
Finalmente, a eso de las nueve de la noche, volvió con buenas noticias. Mi corazón sólo estaba inflamado y, con unas cuantas aspirinas, volvería a su estado normal en pocos días. Entraron mi ropa en una bolsa de basura, mientras yo mismo me arrancaba electrodos de todo mi cuerpo. Bajé de la cama para atarme las botas, cuando noté que recibía las miradas envidiosas de mis vecinos, a través de sus mascarillas. Crucé el umbral de aquella sala despidiéndome del personal. Al otro lado, me esperaba la familia, como los que esperan a los que vienen de la guerra. Abrazos y besos, como si volviera de un largo viaje.
Volví, para quedarme. Por lo menos, por ahora.

lunes, 20 de diciembre de 2010

A mi padre

Naciste en 1930. Menuda década, en España y en el mundo. Tus padres, como mucha otra gente, emigraron a la gran ciudad en busca de oportunidades y se establecieron en la calle Junqueras, en un barrio de gente humilde. Allí tuviste que espabilar pronto y aprender a defenderte y a defender a tu hermano pequeño, el débil Roberto. La vida en la calle era dura, pero pronto te hiciste fuerte y valiente.
Luego vino la maldita guerra civil. ¡Sólo tenías 6 años! Corrías con tu hermano a los refugios, oías caer las bombas, con ese sonido inconfundible que jamás olvidarías. Tuvisteis suerte, pero tampoco había que tentarla demasiado y, lo más prudente fue volver al pueblo hasta que acabase todo.
Y todo acabó, y ganaron los malos. La vida entonces fue aún más dura. El racionamiento, las penurias, la represión. Te gustaba dibujar y se te daba realmente bien. Y leer, te encantaba leer. Eras un buen alumno en la escuela, pero tuviste que ponerte a trabajar muy pronto, como tantos otros de tu generación, una generación perdida para la cultura; cuarenta años de atraso para un país.
Aprendiste un oficio, ebanista, y comenzaste a crear fantásticos muebles.
En algún momento conociste a Jacoba, una chica delgada y muy tímida que servía en la casa de unos señoritos. Comenzasteis a salir y, surgió el amor. Un amor puro y casto como los de antes, que había que guardar las apariencias. Te fuste a la mili, y ella te esperó. Ya eráis novios, novios de verdad.
De los muebles, te pasaste al plástico (maldito progreso), pero seguiste trabajando muy duro para conseguir la entrada de un pisito y poder casarte.
En el 57 vino la riada, que tanta gente se llevó. Pero tampoco acabó contigo y dos años más tarde, la boda.
Todavía no os habían dado la casa y tuvisteis que vivir un tiempo en la casa de tus padres. Imagino que no tuvo que ser una buena época, pero en eso, llegó el primer retoño, Pedro José, Pedro por su padre y José por su abuelo materno. Nació en la casa de tus padres, pero muy pronto os dieron el piso y una mañana de enero os mudasteis. Nevaba. En Valencia.
Eran unos pisitos muy humildes del Estado. Al barrio le llamaron "la isla perdida", porque estaban totalmente rodeados de huerta y nada más. Allí empezaste con tu nueva familia, rodeado de otras como la tuya, humildes, pero ilusionadas: Juanjo y María, Pepe y Brune, Mª Aurora y Juan...
Tu padre tenía un punto débil: su corazón. Y una noche se fue sin enterarse, como todos soñamos hacerlo, mientras dormía. Fue duro, porque él era un ejemplo para ti, pero tenías que mirar hacia adelante, porque tenías tu propia familia y había que seguir.
Un poco más tarde nací yo, como sin querer, cuando ya no se me esperaba, en el año en el que García Márquez publicaba sus cien años de soledad, y los Beatles publicaban su Sgt. Pepper's.
Del plástico a los televisores, siempre trabajando.
Tuvimos una vespa, y luego un seiscientos, y viajamos por toda España, sin cinturones traseros ni sillitas, pero tu eras un buen conductor, de los mejores. Nunca tuvimos un accidente, nunca te distrajiste, nunca un solo fallo.
Crecimos y nos hicimos mayores. Empezamos a tomar decisiones y, algunas veces, nos equivocamos. Pero tú siempre nos apoyaste en todo lo que decidimos, siempre nos respetaste.
Siempre se podía hablar contigo, de cualquier tema, en cualquier momento.
Te despidieron del trabajo y nos reinventamos. Con negocio propio, salimos adelante; sin holguras, pero con dignidad.
Nos viste crecer y luego abandonar el nido para vivir nuestra propia vida. No somos perfectos, pero tenemos unos valores que en buena parte te debemos a ti, de bondad, honradez, trabajo, amor a los tuyos.
Te dimos nietos y eso fue para ti lo mejor de la vida, hacia el final, como una recompensa.
Ahora estás viejo y tienes Alzheimer. No recuerdas muchas cosas y sé que eso te tiene que preocupar, porque siempre defendiste la memoria como un valor de nuestra sociedad. Pero sigues manteniendo el mismo talante, risueño, cordial, de enorme respeto hacia los demás.
Nunca fuimos en la familia muy de hablar de nuestros sentimientos a la cara, no sé porqué. Un pudor extraño, del cual me siento profundamente culpable por la parte que me toca. Pero siento que ahora, aunque sea en estas cobardes líneas, tenía que decirlo, que he sido muy feliz contigo y que el hombre bueno que soy ahora, te lo debo en gran parte a ti. Probablemente no leas esto nunca, pero prometo decírtelo a partir de ahora, aunque solo sea con la mirada, porque solo me sale una palabra: 


Gracias papá.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sábado bodero


Mi amigo David se casó el sábado. Medio hippie, alternativo, vegetariano, pintor… Y va y se me casa de pingüino. Ella estaba espléndida en su traje color crema, con su tripita de siete meses llamada Mario. Pero él fue la comidilla  de todos los amigos con ese atuendo absolutamente transgresor. Y es que este chico nunca deja de sorprendernos, aunque sea para bien.
Qué más da, quizá fue una pequeña concesión hacia Ana, o hacia su madre, o hacia su abuela o, vete a saber.
Esperaba encontrarme con Miguel, mi amigo en suspensión, pero no apareció después de todo. La verdad es que lo extraño, pero nuestra mutua estupidez nos tiene últimamente totalmente desencontrados.
El momento del baile fue el más emocionante. La canción de Amaral, ésa que dice algo así como “algunas veces te mataría y en cambio otras te quiero comer” o algo así y yo, que les estaba haciendo las fotos oficiales, en un imperdonable detalle de falta de profesionalidad, solté unas lagrimitas de pura emoción, aunque creo que la cámara me sirvió de escudo y nadie me vio.
Con David esposado, sólo quedan libres el suspendido Miguel y Rafa, autoapodado como Pilt, bloguero, guita-rrista donde los haya y, sobre todo buena persona (pedazo de pan tierno). Éste espero que consiga una buena estrella ;-)

domingo, 31 de enero de 2010

¡Cómo hemos cambiado!

Sea o no así, a nuestros ojos, el tiempo pasa.
Internet es muy útil, especialmente para encontrarte con personajes de tu pasado y poder ver cómo les va ahora. Me encanta ver lo bien que les trata la vida a las personas que en algún momento se cruzaron en la mía; incluso a las que me hicieron daño, seguro que sin quererlo. No soy persona rencorosa y, menos ahora, viendo que mi feliz situación actual es fruto del cúmulo de azares que han jalonado mi pasado.
Si alguna vez estuve tentado de pensar que había errado en decisiones que podían afectar a otros, ahora creo sinceramente que no fue así y eso me reconforta.
No pretendo con esto reconciliarme con el mundo. Si alguien me odia, y eso le llena, odiéseme, pues.
Pero no, yo no.

sábado, 30 de enero de 2010

¿Hace ruido un árbol al caer, si no hay nadie para escucharlo?

EL ÚLTIMO

            “Ya sólo quedo yo. Toda la gente de mi tribu ha muerto. Los vi morir a todos, uno por uno. Y ahora sólo quedo yo. Soy el último ser humano sobre la Tierra, pues nadie hubo nunca fuera de mi tribu y con nadie nos encontramos jamás.
            La montaña dice que si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo caer, no produce ruido alguno.
            La montaña dice que el último hombre no puede morir nunca, pues no hay nadie que pueda sentir su muerte, escuchar sus últimas palabras y preparar su mortaja.”

            Descendí con mi nave sobre un claro del bosque, al pie de la gran montaña. El sol estaba bajo y corría una suave brisa otoñal. En seguida lo vi. Su figura se recortaba sobre la baja  vegetación. Estaba sentado y me miraba. Sus ojos reflejaban serenidad y mucha sabiduría. Llegué a su altura y me acuclillé para hablarle. Entonces me dedicó una mirada de arriba abajo, a modo de aprobación.
            - Llevo tiempo esperándote –dijo con amargura en el alma.
            -¿Quién soy? –le pregunté.
            - Eres mi salvador- murmuró mientras se apagaba la luz de sus ojos.

           
                                                   Guillermo Olivares, enero de 2004

lunes, 2 de marzo de 2009

Breve historia de casi todo

El último libro que he leído es la "Breve historia de casi todo", de Bill Bryson. Tenía que venir un escritor de libros de viajes para contarnos, con un lenguaje verdaderamente llano y accesible, conceptos de la ciencia que los "divulgadores científicos" nunca consiguieron hacernos entender.
Esta obra hace un recorrido subjetivo por la historia de la ciencia, dándonos datos, muchos datos, y anécdotas. Claramente es un libro lleno de anécdotas, que consigue que el lector se enganche a base de contar datos curiosos de las biografías de los grandes nombres de la ciencia y de otros que no lo fueron tanto. Conserva, sin embargo, un rigor constatable en todo momento que nos recuerda que la ciencia puede ser tan entretenida como una buena novela de aventuras.
Después de haber leído a Darwin, Einstein, Sagan, Hawking y tantos otros, no viene mal este soplo de aire fresco que nos acerca, además, a la cara humana de los grandes científicos de la historia de la humanidad.
Altamente recomendable para los que tengan un mínimo de curiosidad hacia lo que les rodea y, por supuesto, quieran pasar momentos muy, muy entretenidos.

martes, 13 de enero de 2009

Recuerda, recuerda

Cada día es peor. Y lo peor es cuando lo admite, no cuando lo ignora. ¿Qué hice ayer? ¿Qué lugares visité? No lo recuerda. Se angustia, se angustia aún más. ¿Qué me está pasando? No lo sabe. Me duele el cuello, será por eso. Recuerda, recuerda, recuerda, pero no, no puedo, por más que lo intento, no puedo. Y se angustia aún más. Nunca quise llegar a esto, prometí que no lo permitiría, pero ha llegado y ahora no puedo, no puedo, no. ¿Cuánto falta? ¿Cuánto falta para que no me reconozcas? Quiero ser tu guía, pero me duele tanto que no sirvo. El cinturón de seguridad, la llave de la luz, la cocina, el baño, el dormitorio, el teléfono, mi sitio en la mesa, … ¿Qué son estas cosas?

miércoles, 30 de enero de 2008

Filtraciones



Aquella noche, después de la cena, Lily y Paul se acostaron pronto. Ya en la cama, Paul intentaba dormir, pero Lily no tenía sueño.

-Paul, cariño.
-¿Sí?
-¿Tú sabes qué es la muerte?
-¿Dónde has oído esa palabra?
-¡Qué importa! El caso es que la he oído. Me han dicho que era algo que había antes y que era terrible. Hacía desaparecer a las personas.
-Sí, algo así he oído yo también. A mí me contaron que hace muchos años las personas vivían menos de cien años y luego desaparecían.
-¿Desaparecían? No lo entiendo.
-Se extinguían, dejaban de vivir. Sus cuerpos se descomponían y desaparecían.
-¡Dios mío, eso es terrible! ¿Te imaginas las vidas de aquellos pobres infelices, desapareciendo con menos de cien años?
-Te tengo dicho que no me gusta que emplees ese tipo de expresiones.
-Me gusta utilizar expresiones antiguas.
-Si ni siquiera sabes lo que significa.
-Pero a mí me suena bien.
-Haz lo que quieras, pero evita usarla en público, ¿quieres?
-De acuerdo. Pero volviendo al tema, ¿imaginas cómo podían vivir esas vidas tan efímeras, sabiendo que su fin estaba tan cercano; cómo podían ser felices en tan corto espacio de tiempo…?
-Serían felices a su manera. Ten en cuenta que ellos no conocían otra posibilidad. Imagino que trataban de vivir aprovechando al máximo cada momento. Algunos incluso, según me han contado, tenían la creencia en una vida posterior, para poder hacer ésta más llevadera.
-Sigo pensando que no tenían tiempo para nada. Tú y yo llevamos apenas quinientos años juntos y aún no te conozco del todo.
-Sus vidas quizá fueran más intensas. Debían serlo.
-Debía ser angustioso, saber que tu final está tan cerca. No, no me entra en la cabeza.
-Está bien cariño, duérmete ya. Mañana hay que ir a trabajar.
-No, todavía no. Aún queda algo pendiente. Si morían, ¿cómo mantenían el nivel de población?
-Creo que ellos mismos creaban otros individuos, utilizando el sexo. De esa forma mantenían un cierto equilibrio. Pero no me preguntes cómo, porque ya no sé más del tema. Bueno, sí. Se comenta que los individuos nuevos eran muy pequeños al principio, y torpes, muy torpes, hasta el punto de que no sabían hablar y ni tan siquiera se mantenían en pie. Creo que les llamaban…niños.
-Tuvo que ser una época dura…
-Diferente, sólo eso. Buenas noches Lily.
-Buenas noches, Paul.


Cuento extraído del libro “Crónicas de la Eternidad”

EL RELOJ UNIVERSAL


A Alberto le gustaba salir a pasear los domingos con su padre y visitar el rastro de su ciudad. El progenitor, aficionado a las antigüedades, gustaba de merodear los puestos que, en plena calle, ofrecían mercancías usadas, deterioradas por el paso del tiempo, y casi siempre acababa comprando algo, aunque la mayoría de las veces el final de estos objetos fuera el cubo de la basura, ya que cada vez que volvía a casa con un nuevo trasto, su mujer se irritaba por la inutilidad de la adquisición.
Apenas tendría ocho años, cuando una de esas mañanas en las que padre e hijo deambulaban por las callejuelas atestadas de vendedores que desparramaban sus mercancías sobre la acera, Alberto se quedó rezagado viendo un enorme gramófono de madera, mientras el padre continuaba la marcha sin percatarse. De pronto, una mano se posó sobre su hombro. El niño se giró y vio a un anciano con gesto amable, que le sonreía. El viejo sacó de un bolsillo un pequeño y feo reloj de cadena, con la esfera rayada y evidentes signos de deterioro por el paso del tiempo. Sus agujas marcaban una hora que no era la correcta en aquellos instantes, pero por lo menos pudo advertir que el segundero se movía.
-¿Te gusta? –preguntó el anciano.
-No, es muy feo y está muy viejo –contestó Alberto con cara de disgusto, dándole a entender al viejo que no pensaba darle nada por ese cacharro.
-Este reloj es para ti, Alberto, no tienes que darme nada por él.
-¿Cómo sabe mi nombre? –espetó sorprendido el niño.
-Yo sé muchas cosas, hijo. Ahora no tengo tiempo de explicarte por qué sé cómo te llamas y muchas más cosas de ti. Te quiero confiar este reloj, que aunque parezca feo y viejo, es el reloj que rige el Universo, por lo que si dejas que se pare, el Tiempo se detendrá. Nadie deberá saber nunca que lo tienes y sólo tendrás que preocuparte de darle cuerda una vez al año, cada siete de febrero, el día de tu cumpleaños. Si algún año dejases de hacerlo, automáticamente se pararía y las consecuencias serían imprevisibles.
El niño escuchó las instrucciones del anciano con gran atención y perplejidad. En su mente de ocho años, le empezó a resultar atractiva la idea. Iba a ser el guardián de un pequeño tesoro, de un gran secreto. Alargó su mano y lo cogió. Lo volvió a mirar y entonces ya no le pareció feo. Sintió que tenía algo muy valioso entre sus pequeños dedos.
El viejo, con el semblante de la misión cumplida, le dedicó una última sonrisa y se dio media vuelta, dispuesto a perderse de nuevo entre la multitud. Pero antes, Alberto le lanzó una última pregunta:
-¿Cómo puedo saber que todo esto es verdad, que no me está engañando?
-Debes tener fe –contestó el anciano mientras se alejaba- Debes tener fe.
Miró el reloj por última vez y después lo guardó en un bolsillo. Al momento, sentía la mano de su padre que lo asía con fuerza, recriminándole el hecho de haberse perdido de su vista.
No volvió a ver al anciano. Sintió que una gran misión se le había encomendado y que una enorme responsabilidad, impropia de su edad, había caído sobre su persona. Pero no la eludió y, cada año, por su cumpleaños, reservaba unos momentos de intimidad para darle cuerda al Reloj del Universo, como él le llamaba. Era su gran secreto y se convirtió en un ritual casi mágico. A veces, se pasaba horas pensando qué pasaría si el reloj se paraba, y se imaginaba el Universo entero detenido, congelado, y un escalofrío recorría su espalda.
La niñez dejó paso a la adolescencia y ésta a la juventud, y ésta a su vez a la madurez, y cada año que pasaba, las dudas cobraban más fuerza en la mente de Alberto.
Hasta que llegó el día de su treinta y cinco cumpleaños. Era jueves, laborable, por lo que llegó a casa tarde, después del trabajo. Estaba cansado, se sentía solo, y era su cumpleaños. Todavía no había conocido a nadie que quisiera compartir su vida con él, y esto empezaba a agobiarle. Su familia, lejos; sus amigos, demasiado ocupados. Era uno de esos días en los que la soledad te aprieta el cuello y apenas te deja respirar. Por ser la fecha que era, quizá, hizo un pequeño balance mental de su vida hasta ese momento. Su insignificante puesto en la fábrica no justificaba los años que había sacrificado dedicado a los estudios. Sus amistades, más falsas que Judas, no le satisfacían lo más mínimo. Además, como la mayoría había conseguido el éxito profesional y disfrutaban de una estupenda relación de pareja, cuando se reunían no hacían otra cosa que hundirlo más aún en la miseria más absoluta.
Con este panorama, Alberto cenó una pizza congelada y calentada en el microondas y se fue a acostar. Ya estaba sobre la cama cuando recordó su misión: Faltaba poco para la medianoche y debía darle cuerda al maldito reloj. Se quedó mirándolo, como antes no lo había hecho nunca. Realmente era un asco de aparato, ya que ni siquiera daba la hora real. Había sido un símbolo durante muchos años, romántico, pero ya era hora de madurar. Ya no se tragaba el rollo del reloj universal. Su razón le decía que todo eso no era más que una estupidez y que, gracias a que lo había guardado en secreto, nadie se había mofado de su ingenuidad.
Lo arrojó al fondo del cajón con desidia y se metió en la cama. Se estaba quedando dormido cuando volvió a su pensamiento: “lo que sí es curioso es que dándole cuerda sólo una vez al año, no se pare” Eso era algo en lo que nunca había caído, y sin embargo era tan obvio… y tan extraño al mismo tiempo. ¿Y si aquel viejo loco tuviera razón? ¿Qué ocurriría realmente si se parase el tiempo? ¿Se acabaría el mundo? ¿Tendría la oportunidad de rectificar? De repente todo esto supuso demasiada responsabilidad para su aniquilado estado de ánimo, así que abrió el cajón, cogió el reloj y le dio cuerda, mientras pensaba: “el año que viene ya me lo plantearé otra vez”

Por un año más, por lo menos, el Universo estaba a salvo.



Guillermo Olivares, noviembre de 2002

jueves, 10 de enero de 2008

Vuelven los creacionistas

Dada la complejidad del cerebro humano, en verdad no me extraño de todas las ideas que puede albergar. Un cerebro fruto de millones de años de mutaciones que se ha ido adaptando al medio bajo la premisa de la selección natural.
Si el bueno de Darwin levantara la cabeza, se lamentaría al comprobar que, en pleno siglo XXI, y como consecuencia del renacimiento del fundamentalismo religioso, existe todavía un importante movimiento creacionista que sigue cuestionando de forma medieval la Teoría de la Evolución de las Especies.
Yo mismo, cuendo era mucho más joven que ahora, me resistía a creer que la existencia de algunas adaptaciones al medio increíblemente perfectas pudieran ser fruto de mutaciones aleatorias o accidentales. Realmente es muy tentador pensar en lo que se ha denominado un "diseño inteligente" para explicar ciertas características de los seres vivos que dan la impresión de haber sido "creadas" con una clara intencionalidad.
El problema radica en comprender que estas mutaciones totalmente aleatorias se han producido en un intervalo de tiempo tan vasto como para que hayan tenido lugar un número finito, pero increíblemente alto de ellas. De hecho, cada una de las adaptaciones al medio de cualquier ser vivo de este planeta que se pueda contemplar actualmente, posee un grado diferente de "perfección", lo que confirma la aleatoriedad del proceso evolutivo.
Sin duda, hay que respetar las diferentes opiniones, pero cuando hablamos de ciencia, una hipótesis se convierte en teoría cuando logra demostrarse empíricamente. No todos los temas son opinables y la ciencia, afortunadamente, no es una cuestión de fe.

martes, 4 de diciembre de 2007

La felicidad absoluta existe

El sábado nació Dylan y sí, fue la experiencia más intensa de mi vida. Siento que mi vida no hubiera sido plena si no hubiese vivido este momento. Ya sé que la Tierra es un planetita muy pequeño en la inmensidad del cosmos aparentemente desprovisto de otro tipo de vida y que sucesos como éste no alteran el orden del Universo, pero hoy me siento un poco dios, habiendo planeado y creado una vida.
Y todo esto ha sido posible gracias a Lía, la mujer más increíble que he conocido nunca y que tuve la suerte de conseguir que se enamorara de mí. Con ella todo es más fácil, todo es más humano, más real y a la vez más idílico.
Ahora lloro de felicidad como nunca antes lo había hecho, porque tengo todo lo que podría haber deseado, y todo se lo debo a ella.
Gracias amor mío.

sábado, 3 de noviembre de 2007

A mi padre

Probablemente nunca leas esto y, hasta creo que será mejor.
Me enseñaste a ir en bici, ¿te acuerdas? Sí, probablemente de eso sí te acuerdes, porque hace ya muchos años que ocurrió.
Contigo he subido montañas, he aprendido a hacer muchas cosas, entre otras a ser un buen hombre. Siempre fuiste para mí el mejor apoyo, el hombre que todo lo arreglaba, tenaz, que no se rendía ante nada.
No puedo decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque ahora estoy viviendo un momento personal muy bonito, con esta segunda oportunidad que me ha dado la vida para ser feliz y crear una familia, pero desgraciadamente, el tiempo ha hecho mella en ti y eso me duele. Me duele verte con esa mirada perdida, incapaz de realizar tareas simples que antes solventabas sin problemas. Me duele cuando te pierdes, o cuando no eres capaz de seguir una conversación normal.
El tiempo pasa y todo cambia, sólo que algunas cosas duelen más que otras.

domingo, 10 de junio de 2007

"No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mio, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz"

Dylan Thomas
Dedicado a una amiga que no me lee nunca

viernes, 25 de mayo de 2007

Día del orgullo friki

El término friki sigue teniendo connotaciones negativas para la mayoría de nosotros y, sin embargo, está de moda. Todos alardeamos de tener un amigo o un conocido friki y contamos su rareza con la esperanza de que sea más rara que la de los demás. Pero, ¿cómo nos atrevemos a etiquetar a alguien como raro?
Yo, de adolescente, coleccionaba insectos y siempre que podía salía al campo con mi cazamariposas. Luego me encerraba en casa y las disecaba con precisión de artesano forense.
Más adelante, me dio por los reptiles y llené mi casa de sepientes y lagartos, para terror de mi sufrida madre y todos los jueves me reunía con otros muchos como yo para dar rienda suelta a nuestra "afición".
Quizá haya sido friki y, simplemente, ahora no tengo tiempo de serlo. ¡Vaya por dios, qué asco de vida que uno no puede ni cultivar su rareza!

Feliz día del orgullo friki a todos.

lunes, 23 de abril de 2007

Se fue ( Para David y Ana)

A veces la vida nos pone a prueba.
Es entonces y sólo entonces cuando de verdad se necesitan los amigos y cuando tenemos que ser fuertes para superar lo que el azaroso destino nos depara a cada instante.
Porque realmente somos frágiles como hojas que mece el viento y efímeros como un suspiro en la eternidad.
Se fue tan rápido que no pudimos verla, pero siempre la recordaremos.

martes, 17 de abril de 2007

Química

¿Existe la media naranja?
¿Cuándo sabes que la has conseguido?
El amor verdadero llega, o no, aunque a veces lo hace y no nos damos ni cuenta.
En todos estos años he visto muchas rupturas. Algunas de ellas nunca las entendí y otras eran inevitables. ¿Qué buscamos realmente en el otro? Empatía, pasión, sintonía, sexo, comprensión, ... ¿química?

Si crees que te llegó el amor verdadero, lucha por él.

domingo, 1 de abril de 2007

Miedo a la muerte

¿Tenemos todos miedo a la muerte? Quizá los que creen en una vida después, no deberían temerla. Los que tememos, ¿somos más débiles? ¿más cobardes? Algunos pensamos que no, que es de valientes afrontar nuestro destino y tener miedo, pánico, antes que ignorarlo o camuflarlo con creencias esperanzadoras.
Obviamente y, por otro lado, cuando mejor se vive, o cuando más feliz se es, debe ser cuando más nos aferremos a esta existencia. Esto nos sirve a algunos para "medir" nuestro grado de felicidad en cada momento.
Mi padre no teme a la muerte y "sabe" que no hay nada. Quizá cuando yo tenga setenta y seis años me ocurra lo mismo. Espero sinceramente que así sea.

martes, 27 de marzo de 2007

El ciclo vital

Voy a ser padre. Nos enteramos el viernes y todavía no me he hecho a la idea, aunque tengo nueve meses para hacerlo. Parece lo normal, continuar con el ciclo vital y reproducirse, pero para mí ha sido un largo camino lleno de obstáculos hasta encontrar la persona y el momento adecuados.
Espero ser un buen padre y criar a una buena persona.

miércoles, 21 de marzo de 2007

“Everland no está en ninguna parte, Everland somos nosotros, allá donde vayamos. Somos los elegidos y quizá seamos los únicos. Debemos perdurar y seguir adelante, hacia el infinito y más allá. No debe haber fronteras para nosotros, más que nuestra propia sabiduría que, por desgracia, sigue siendo limitada.
Cuando todo acabe, seguiremos”.

De “Everland, crónicas de la eternidad”