domingo, 31 de enero de 2010

¡Cómo hemos cambiado!

Sea o no así, a nuestros ojos, el tiempo pasa.
Internet es muy útil, especialmente para encontrarte con personajes de tu pasado y poder ver cómo les va ahora. Me encanta ver lo bien que les trata la vida a las personas que en algún momento se cruzaron en la mía; incluso a las que me hicieron daño, seguro que sin quererlo. No soy persona rencorosa y, menos ahora, viendo que mi feliz situación actual es fruto del cúmulo de azares que han jalonado mi pasado.
Si alguna vez estuve tentado de pensar que había errado en decisiones que podían afectar a otros, ahora creo sinceramente que no fue así y eso me reconforta.
No pretendo con esto reconciliarme con el mundo. Si alguien me odia, y eso le llena, odiéseme, pues.
Pero no, yo no.

sábado, 30 de enero de 2010

¿Hace ruido un árbol al caer, si no hay nadie para escucharlo?

EL ÚLTIMO

            “Ya sólo quedo yo. Toda la gente de mi tribu ha muerto. Los vi morir a todos, uno por uno. Y ahora sólo quedo yo. Soy el último ser humano sobre la Tierra, pues nadie hubo nunca fuera de mi tribu y con nadie nos encontramos jamás.
            La montaña dice que si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo caer, no produce ruido alguno.
            La montaña dice que el último hombre no puede morir nunca, pues no hay nadie que pueda sentir su muerte, escuchar sus últimas palabras y preparar su mortaja.”

            Descendí con mi nave sobre un claro del bosque, al pie de la gran montaña. El sol estaba bajo y corría una suave brisa otoñal. En seguida lo vi. Su figura se recortaba sobre la baja  vegetación. Estaba sentado y me miraba. Sus ojos reflejaban serenidad y mucha sabiduría. Llegué a su altura y me acuclillé para hablarle. Entonces me dedicó una mirada de arriba abajo, a modo de aprobación.
            - Llevo tiempo esperándote –dijo con amargura en el alma.
            -¿Quién soy? –le pregunté.
            - Eres mi salvador- murmuró mientras se apagaba la luz de sus ojos.

           
                                                   Guillermo Olivares, enero de 2004